Recuerdos de la Operación Clavel

08.11.2012 14:47

En el otoño de 1961 las lluvias fueron muy intensas en Sevilla y si bien la ciudad estaba preparada contra las riadas que desde la antigüedad la habían acosado en lo que es el casco urbano histórico, un afluente del Guadalquivir que estaba desviado por fuera del Carro del Águila, el Tamarguillo estaba muy crecido y peligroso. 

El 25 de noviembre me encontraba yo en el cine Pathé que estaba en la calle Cuna, cuando suspendieron la proyección de la película, “El manantial de la doncella”, para decir por los altavoces que las personas que vivieran por tales y tales zonas, se marcharan a sus casas porque el Tamarguillo había cedido a las aguas y se estaba precipitando una riada muy importante. Yo, gracias a Dios no me veía afectado por ello por vivir en la calle de San Eloy. Cuando terminó la película me fui a mi casa y enseguida puse la radio en mi cuarto, estando pendiente de ella casi toda la madrugada, con el sufrimiento de ver como aquello iba in crescendo. 
 
Ya a eso de las ocho no me pude ahuantar más y le dije a mis padres que yo me iba a incorporarme a la gran cantidad de personas que se presentaban como voluntarios para lo que fuese. Se me unió a ello mi primo Pepe Gil, que estaba entonces viviendo en casa por sus estudios. Los dos nos presentamos en la comisaría de policía que había cerca de mi casa en la calle Monsalves y un policía, sólo recuerdo su nombre, don Francisco, nos preguntó si veníamos como voluntarios; a nuestra contestación afirmativa, nos dijo de irnos con él. Un coche policial nos trasladó al cuartel de Intendencia en la avenida de la Borbolla y allí entre varios, cogimos una barca y la montamos en un camión, vehículo que nos llevó a la barriada de San José Obrero una de las más afectadas por las riada. 
 
El policía, Pepe, otro muchacho y yo, estuvimos remando en ella desde aquellas horas de la mañana, hasta lo menos las once o las doce de la noche, sin que nadie se acordara de nosotros y nos llevara algo de comer. Fue don Francisco quien a eso de las tres o las cuatro de la tarde, decidió que, del mismo pan que estábamos llevando a los aislados en sus casas, comiéramos nosotros. Pasamos el día, pues, llevando mantas, pan, medicinas, sacando algunos enfermos, etc. Pepe recuerda que al acercarnos a una de las casas, unas muchachas peluqueras, nos dieron unas galletas por la ventana; más tarde una de ellas jugará un triste papel. Cuando a esas altas horas de la noche nos relevaron estabamos destrozados y no recuerdo quien nos llevó a casa, quizás el policía, extraordinaria persona que fue muy importante en nuestra labor de auxilio a tantos infelices. 
 
Días después, cuando bajaron las aguas, con mi primo y otros amigos, nos desplazamos a San José Obrero a ver cómo estaba aquello y también fuimos a ver a las peluqueras. Yo realicé fotos abundantes. Entonces yo estudiaba primero de carrera y una compañera, Teresita Rodríguez, me pidió que fuese a su casa, en San Benito, para hacer fotos de cómo había quedado todo y poder luego reclamarlo al seguro. Va una foto en que se ve la iglesia hasta donde llegaron las aguas. 
 
España entera había ido siguiendo la tragedia sevillana y toda quería colaborar, por lo que Radio Madrid y en concreto un magnífico locutor, Boby Deglané, nacido en Chile, organizaron una gran operación con la colaboración principalísima de la Duquesa de Alba. Aquello se llamó la “Operación Clavel”. Repito que España entera se volcó con Sevilla y llegaron recursos de toda la nación en forma variadísima, muebles, colchones, mantas, ropa, comida, dinero, algo extraordinario y se decidió que una gran caravana de camiones vendría hacia la ciudad para llegar aquí el 19 de diciembre, para que Sevilla aliviara sus males en tan señalados días de Navidad. Salió de Madrid el día 18 y por el camino se le fueron incorporando otros muchos camiones con viandas y enseres. Sevilla correspondería una recepción masiva de personas por los caminos, camiones engalanados, carretas, gente cantando, cientos de miles de personas que se echaron a las carreteras para recibir tan feliz caravana. 
 
La que hoy es mi querida esposa, Maribel Ramos, tuvo la idea de que el Conservatorio de Música también participase con cuatro coches de caballos, llenos de muchachas y algunos mocitos, también con pancartas dando la bienvenida. Con su amiga Lucía Fernández, pidieron dinero al Conservatorio para pagar los mentados coches y les dijeron que allí no había una gorda, por lo que se dirigieron al Sindicato Español Universitario (SEU), que les pagó la comitiva. Mi hermana también estaba entonces en el Conservatorio y, el día 17, domingo, me dijo "José, vente conmigo que vamos a pintar unas pancartas". Y me pareció perfecto. Allí nos presentamos y conocí a mi Maribel. Pasamos la mañana en dicha labor, mi hermana, Maribel, Lucía, su primo y yo. Al día siguiente fuimos a contratar los coches y los mismos cocheros nos dijeron si queríamos que nos acompañase un muchacho muy flanco, afeminado, que había compuesto hasta unas sevillanas. Y se nos unió, lógicamente. 
 

El día 19 a eso de las 10, los coches junto al Conservatorio, las muchachas vestidas de flamenca, mi primo Pepe, el primo de Lucía, otro chavalote y el afeminado. Nos montamos todos, plenos de alegría y hasta dimos una buena vuelta por la ciudad, porque toda la ciudad era fiesta para recibir la caravana que venía de Madrid. Nos dirigimos al punto de organización, en la carretera de Carmona y nos indicaron: -Los coches del Conservatorio que se sitúen junto al puente del Tamarguillo –otra vez el riachuelo dichoso-. Allí nos fuimos y para animar la espera, pues se calculaba que llegarían como a la dos o así, las muchachas echaron pié a tierra y animadas por el flamenco se pusieron a a bailar. En una de las fotos se ve uno de los coches y al fondo la catenaria eléctrica que resultaría tan trágica poco después. Las muchachas bailando, la única que no quiso bajar del coche fue Maribel y cientos de personas que se arracimaron alrededor para animar, cantar y tocar las palmas. 
 
Una avioneta venía desde Madrid tomando fotos aéreas acompañando la caravana. En ella venían el piloto y un fotógrafo de la Revista La Actualidad Española. Al parecer, el fotógrafo le dijo al piloto que bajara para tomar fotos de los que estaban bailando. No vieron el cable, las ruedas tropezaron Con los cables, capotó y cayó al suelo, planchando la multitud. El piloto murió, y el fotógrafo se salvó porque, aunque gritaban que la avioneta iba a explotar, un hombre con algo, apagó el impermeable de plástico que llevaba y que ardía. A mí me cogió con una cámara en la mano y fui incapaz de tomar ni una sola foto, sólo meterme a arrastrar personas desvanecidas, heridas, no sé, ya que gritaban y gritaban que la avioneta iba a explotar. Recuerdo que arrastré un hombre con el cuello cortado y mi cámara y mi ropa se macharon de sangre. Quise arrastrar a una muchacha y mi primo me gritaba que era una de aquellas peluqueras que conocimos días antes, pero que estaba muerta con la cabeza sangrando, luego, supimos que se salvó. Fue, por poner un tópico, algo dantesco… gritos, carreras, heridos, fuego, humo, personas tiradas, otros que corrían… tremendo, tremendo de verdad. 
 
Los coches del Conservatorio, los caballos instintivamente tiraron hacia fuera de la carretera y eso salvó a todas las personas que venían con nosotros, una sola se dañó un pie, Maribel. Un caballo hubo que matarlo, otro arrastró el coche que casi lo tira al río. La desbandada fue horrible. Yo sintiéndome responsable de las muchachas que iban con nosotros, las fui montando en los coches o lo que fuera para que volvieran a la ciudad. Nadie sabía nada de nadie. No había móviles entonces. Nuestras familias desesperadas porque la radio había dicho que los coches eran del Conservatorio y que no se había salvado nadie. Todo un vendaval de locura. Cuando ya se despejó algo aquello, en el ultimo coche de caballos, nos volvimos a Sevilla, mi hermana, mi primo y yo. Un sacerdote amigo que conocía a Maribel, la montó en el primer vehículo que pasó, un taxi y la mandó a casa del su tío Aurelio. 
 
A media tarde, un silencio tremendo, terrible, se apoderó de la ciudad entera y volvimos a nuestra casa. Sólo recuerdo que me tiré en mi cama y me harté de llorar. El día que se esperaba más feliz de Sevilla se trocó en, quizás, la tragedia más grande de la segunda mitad del siglo XX en la ciudad. Veinticuatro muertos y 125 heridos. Al día siguiente, fui al entierro de las víctimas. De nuevo llovía bastante, pero sin paraguas y sólo con un impermeable, cuando terminó el sepelio, me fui andando al lugar donde cayó la avioneta y allí, calado hasta los huesos, estuve rezando un buen rato. 
 
Esa, querido Aurelio, fue la “Operación Clavel”. Recuerdo muchas cosas más y tanto como yo la que hoy es tu madre. Así comenzó nuestra relación hasta hoy, cincuenta años después. Creo que, no obstante, Dios nos ha bendecido con vosotros y nuestros nietos. Abrazos, tu padre que también hoy ha llorado de nuevo.